viernes, 9 de julio de 2010

Peregrinos


Basta el sol a la entrada de los ojos,

basta esto antes de morir,

basta las lágrimas que en el muelle van quedando,

basta el sol a la entrada de las manos,

todo lo de afuera,

todo lo que la noche puede entender,

me basta más el mundo para recorrer,

para buscar el fin de lo inexacto

para encontrar el amarillento desacato

de la tenebroso de la vida,

de los ríos supremos que volaban por los aires,

de las montañas, basta todo eso;

Basta el tiempo encerrado en la memoria,

basta la música que llegaba fría, muerta al destierro,

que sucumbía ante los espermas de la cuerda,

de la pluma en el tintero, del fuego en la cabecera de la cama

de las caderas especiales que se imponían,

basta los ojos de alguien, para ver el alma que llevas,

basta todo eso, para comprender que no llena el vacío,

para seguir el rumbo perdido de los caminos estrellados,

para influir en la mente de nadie,

basta hablar con desencanto,

con hechicería barata de mercado,

basta las cosas antiguas de los viejos abstractos,

y las pinturas de la excentrica señora,

que con hijo bastardo, se perdían

basta el tiempo,

el tiempo en los zapatos, de las medias y las ligas en el centro,

basta el arresto domiciliario,

de un temblor febril de mayo,

de esos días cúspides, que no regresan a primavera,

que no regresan con la fe de volver a vivir,

de mirar, pervertidos, en las faldas de la escuela

del monstruo peludo del descubrimiento,

de las manos sucias en la arena,

basta con eso, para seguir, sin tener nada,

para entrar en el corazón abierto, de cualquier triste amuleto,

que con estigma propio de la raza,

fue sacrificado, fue llevado al ostracismo,

a negar lo palmario de su sexo,

lo que basta es tener tiempo, para morir sin pensar en el mañana,

que mañana ya es muy tarde, quizás y yo esté muerto.