martes, 28 de septiembre de 2010

Mil Novecientos


Me he parado distante de vuestros ojos,

los eh visto saltar desvariados entre los sueños,

reír angustiados, censurados del recuerdo

censurados de los buenos hombres,

eh visto, si

aniquilar la pasión más grande,

con tan solo un guiño, los eh visto rojos y verdes,

azules,

lágrimas blancas que florecían de ellos;

Me eh sacudido el sudor que me causaste,

las noches enteras, y los paradigmas febriles,

los pianos y guitarras,

los momentos míos,

que van quedando; y su cabellera, su boca

el paraíso celestial de sus piernas,

la bendición de tu gemir encendido,

de la explosión fastuosa de nuestros cuerpos, me eh olvidado

como me olvidé del agua caliente,

de las arenas de mi niñez, como me olvido de los tercos juegos,

de las casas rosas y las calles heladas,

del abandonado loco de mis traumas;

Y sí, ahora me das hambre

pero no por vuestros ojos,

no por el paraíso que guardabas

me das hambre como mujer lejana de mis sueños remotos,

mundos antiguos,

consagrados a la adoración de los recuerdos,

amarillos pintados de palabras,

de rojos acaramelados de soberanía,

migajas rotas de licor,

de tercia tela entrelazada,

de esas lágrimas blancas que del cielo bajaban,

se mezclaban en la cama, las sábanas,

los profundos cuentos de lo meloso,

de los melancólico;

de lo mío,

te despojo, como despojado se quedó el plató de lo encendido

te guardo, como guardado se quedó el momento

y te bendigo, como bendices tú aún recién nacido;

que se vayan tus ojos,

que de mis sueños ya no le quedan,

ya no le siguen, ya no se mueren,

por el eterno paraíso...


Agua mía, que de sed te ah dejado.