
Sinfonía acuática de miradas espinosas
caídas tortuosas de ropa enajenada, perdida
amalgama vehemente los tiempos sintéticos,
ojos verdes, lejanos espacios de melancolía suicida
mi sonrisa esparcida en líquido vital,
mi furibundo refrán empañado
de cielo, de sol, de ella.
Siempre cuentista del partido retráctil,
del furriel desleal de la novela caída,
cual enamorado apasionado dejó el mentón arriba,
mi eminencia faldera de ojos verdes,
mi furcia descuartizada de esa ciudad despellejada,
siempre con noches amigas, la noche sibilantes
los terrores negros y blancos de un quieto recaudo,
la mujer blanca de enormes referencias,
su cabello libre en el alma de la vida,
esa boca presumida de intenciones cósmicas,
ese sino auténtico de su raza fantástica.
Las lunas feroces devoran el vientre vital,
el mundo arremete feroz,
la querella indebida de unas estrellas blancas,
recuerda, recuerda,
ella, parada, destinada mirar,
amada, como los pastos perdidos bajo las cascadas,
bajo los bosques que si fuimos,
sus ojos verdes, intensos, enamorado amante de invierno
cuerpo ardiente de besos profundos,
el solfeo perfecto de la nota melódica,
del compás inquieto, de su ropa fragante de pasión
de ella, doblada perfecta de la luz entre sus labios,
entre tantos aciertos de los minutos oscuros,
de las largas disputas, ojos que cada ves me persiguen más
me persiguen discretos entre las hojas de mi libros,
entre los cafés de las mañanas, me persiguen, acechantes,
esperando que caiga de nuevo en ella, de nuevo en sus ojos;
y sus palabras místicas de trajes fluorescentes,
de nuevo la noche, amiga del verde pasado, doblega mi alma,
el grito perdido de la lluvia en la cuidad,
la música abierta de estos cuentos tristes,
las piernas perfectas de tal mujer, encuentro
en ella el motivo perfecto, para perder de nuevo,
al menos por hoy, el rumbo correcto,
trazado con rímel, entre el pasado turbio y el presente exquisito,
entre la noche verde de la luna roja;
cada noche más perdido en la lujuria.