
Reírse de los ojos enfermos del claro,
me encuentro, e insisto,
me pierdo entre las calles estrechas te todas esas,
y no sé, no persigo complicados anagramas
no escatimo la soledad que con el viento, me desliza
me revienta el corazón,
me sacude siniestro, con ojos de muerte angustiada
de fe imponente, de traspaso, de dolor,
y, con los números,
también se me va el señor,
las ropas rasgadas, no,
las túnicas heladas, tal vez,
de manos sirvientes y flotantes,
de nostalgia esculpida en la piel,
se me va el sudor por la rejilla eterna de una espalda,
por la simple sonrisa de un crío al mirarme,
me pesa la carga, como otra cosa no eh conocido,
como otras novias eh sacado,
sus casas, su pureza,
de la gaia eterna que de pequeño me ilustraron,
de esas cadenas que rimbombantes me estrangulan,
que me hacen pecar,
innegable se vuelve aún, todo lo demás
todo lo que se fue formando,
se fue tallando en la simple agonía de un excluido
de un sinfín de melodías, de todas ellas,
de todas ellas, de todas ellas, de todas ellas,
de todas ellas, de todas ellas, de todas estas.
De estas que no saben perder,
de estás que no entienden el alma el mundo,
el cuerpo de la etiqueta de este planeta,
el amor perfecto que se entrega día a día,
el amor perfecto, que uno siente que lo abraza.