
El suelo inerte de mis noches vagas
me hacen partícipe de las más lejanas horas
me hacen suyo en el alba
mis ojos caídos, las almas bailando desiertas
su sangre en el fin de sus piernas
sin sentido propio de mi mente,
las rosas caídas al pie de la tumba
la luna gritando, sin sol que la vea
las blancas luces, bailando dentro de nuestro cuerpo
saltando en silencio en la cama
las caras muertas en las paredes rojas
nuestro profundo miedo, nuestro profundo deseo
¡Deja que ellas vengan, deja que bailen todas muertas!
sin saltar, sin vitorear, deja que se posen en tu rostro
que las almas de entonces sean las de hoy
sin nuestras horas, sin los años que dejamos
sin el tiempo perdido de niños
sin tus ojos en las calles, siguiendome
tus manos suaves, tocando el aire
el respiro fúnebre, de la mortaja hembra,
aquella que después de tanto, se hizo hermosa
no es una niña, eres ella,
sin mundo pesado, por el cual tuve que cruzar
sin las almas en pena, gritando en nuestras noches
sin ellas, no somos más que cualquier otra cosa
¡Deja que ellas vengan, que bailen todas muertas!