
Méndigo es el sabor de la inestabilidad,
soy acuoso de mi alma
de mis suspiros asmáticos, no me quejo
Amo, el sin sabor de la inesperada verdad
de la inecrupulosa parada de zombies amarillos,
soy espejo en la puerta de tu alma,
reflejo intrauterino de una vos extraviada,
Amamanto, el tiempo entre tus uñas,
son efímeras muestras de sobresalto cósmico
de paréntesis abundante,
del ínfimo desorden de la patáfora,
de estas manos enfermas de basálto,
de este cuerpo delgado que no aguanta,
que se crece entre los hombres sin capas,
soy entre tu manos, un derrame viscoso
típico de esa ideosincracia masiva, que nos espanta
que te adormece, que te impacienta,
que te dasarma.
Somos brujos caseros de lo impropio,
de este infierno peregrino, de nuestras voces:
"Que las mismas mierdas se queden gritando en las paredes de barro,
en los goces de trote".
Pecador es el instante del instante que no miro,
que no incluyó
por desatino, quizás
por intranquilo, seguro...
Mírame, sonrisa amarga que no espera al otoño,
que no baila, con las brisas gélidas del sur,
que entre el cuerpo mío y el de ella,
se hace un averno instintivo,
de su abdomen plano que no reza la religión.
Mírame, sonrisa eterna, que no puedo verte,
sin besar su amado amor, su estanque lleno de dulzura,
su parafraseo barato, sus encanto magistral de hermosura,
no me encierres...
No dejes que la muerte me lleve,
que el infierno me absorva,
que el mundo me mire,
que ellas, me sigan
que ellos me maten,
que el resto me trague, me digiera, y me expulse,
No dejes, sonrisa hermosa, que yo vaya a convertirme
en un poeta sin letra, sin canción de cuna,
sin biografía conocida,
sin vida con pasado...
Porque todo lo que soy, sonrisa querida
lo soy por ella...